CAROLAIN
CHINESSE
A mí me
gustaban mucho las películas chinas y también las japonesas. No las distinguía
pero sabía que había de peleas y de pensar mucho. El cine de verano estaba
lleno a rebosar. Me topé con un viejo amigo de la infancia que me robó tres
peniques en el recreo un día de julio en Massachusetts, condado de Ohio. Le
dije que si se acordaba del suceso, pero se hizo el longui. Me habló de su vida y me perdí media película.
Tuve que
bajármela de manera pirata en mi portátil para verla con subtítulos, pero no
había ninguna página web que me dejara gratis los subtítulos. Muy enojado por
este hecho tuve que sacarme el carnet de la biblioteca municipal para sacarla
en préstamo, pero Linda Evans, la bibliotecaria comunista me dijo que esa
película la tenía una tal Carolain desde hacía más de 5 meses y un centímetro.
En un descuido
de Linda Evans conseguí hacerme con los archivos y apunté su dirección. Me
dirigí hacia la calle 53, piso tercero de la planta baja y llamé a la puerta.
RRRing RRRing. Nadie contestaba. RRRRing RRRRing. ¿What is this?
Una
vocecilla como de ciervo degollado salió a modo de hilo de voz por la rendija y
una pestaña amarilla cautivó mi atención. ¿Carolain? Dije suspirando.
Ella sabía
que yo era yo y yo no tuve duda de que ella era ella misma. Nos fugamos en un
carrito de helados color fucsia y recorrimos el país a lomos de un autobús de
línea. El 32. Apenas teníamos dinero pero la gente es muy caritativa y los
comedores sociales también. El País funcionaba. El sueño americano igualmente.
Pero todo se volvió color de caca de niño chico estreñido cuando un francotirador
acertó a Carolain en el muslo. CAROLAIN! QUÉ HACES! Le dije. Murió de gangrena
en cuestión de segundos. Miré al cielo y empezó a llover. Estaba empapado con
Carolain muerta en mis brazos y el francotirador riéndose a lo lejos, pero me
dije que un accidente de este tipo no tenía por qué cortarme el rollo.
Disfracé a
Carolain de payaso del MacDonals y la subí al tejado del rascacielos más lujoso
de todo Brooklyn. Cantamos el himno de la estatua de la Libertad y nos tiramos
en paracaídas. La adrenalina se nos subió a la coronilla y Carolain aún sin
vida, sonrió. Lo que no te mata te hace más fuerte, decía Niestche. ¿Quién es
Niesthe? Nunca lo sabremos. Pan tumaca.
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