El mundo se
divide en dos tipos de hombres. Los que sí y los que no. Yo era de los
primeros.
Mi pueblo
estaba en desertización a causa de una plaga de mamíferos marinos que no
dejaban de aplastar los cultivos. El arroz era de regadío. Compré fertilizante
pero me timaron en el cambio.
Desperté de
una profunda siesta de siete horas y media y me sentí turbado. ¿Dónde estoy? ¿Y
mis pertenencias? ¿Y mi mayordomo? Nunca tuve mayordomo.
En un plis
plás escuché una música que venía planeando hacia mi tímpano derecho como el
que no quería la cosa. Era una mezcla de la Velvet UnderGrund y Jarabe de Palo.
Entonces miré de reojo por la ventanilla de mi monociclo y la vi. Una rubia de
ojos azules me decía “ven” con el dedo índice impregnado en mermelada de fresa.
¿Quién eres? Pregunté a cinco centímetros de su pecho. Soy Carolain, tu novia
Jipi de un metro 85.
Vestía ropas
anchas y tenía un perro que había cogido de la perrera municipal de Colorado,
Frankfurt.
Vivimos en
una caravana abandonada y el sol y unos yogures helados eran nuestros únicos
amigos. Una mañana después de darme los good
days a través de un megáfono cayó redonda al suelo. Me acerqué a ella pero
ya era tarde. Murió de una neumonía vascular al andar descalza por el baño.
Entonces me dije para mis adentros que una cosa así no tenía por qué cortarme
el rollo.
Disfracé a
Carolain de Madonna y la arrastré hasta aquella pista de baile en el condado de
Massachusetts. La lancé por los aires hasta que un cowboy me pidió bailar con
Madonna. Yo se la iba pasando mientras bebía Gatorade a sorbitos. La vida y la
muerte son dos cosas. El cantante de Depeche Mode no es daltónico. Sangre,
sudor y lágrimas. Maracaibo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario