Indefenso y desnudo
recibí los nuevos días.
Dardos con punta de alfiler
fueron lanzados
precisos
hacia cada uno de mis
órganos vitales.
Hinqué las rodillas
en un lienzo de lija.
Me arrastraron los caballos
con sus afiladas pezuñas de hierro.
Supe entonces que respirar alquitrán
era un acto
de vida.
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